En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
J. L. Borges.

 

Desde ese lado del Caribe…

Hace ya unos cuantos años se ha escuchado hablar con cierta vehemencia sobre los revolucionarios capítulos que el reordenamiento de los juegos de poder en los territorios virtuales de la era del Internet y las redes sociales, han abierto para millones de nuevos protagonismos. Sin embargo, frente a la esperanza de un mundo más efectivo como consecuencia de saberse y hacerse un mundo mejor comunicado, las estampas no parecen responder en su totalidad a ese proyecto que ya pinta como distopia de lo utópico: guerras, desmejoras, miserias, totalitarismos, populismos, pobreza, arbitrariedades, caos y desigualdades que protagonizan con mucho ahínco los quiebres de un apaleado siglo XXI.

En su capacidad de desdoblamiento parece ser que el perfil de ese nuevo ciudadano se empodera, controla bajo sus esquemas la direccionalidad de pequeñas o inmensas comunidades. En ocasiones lo hace con bien, a veces, la amalgama del ego lo supera: un sí mismo que en base a sus propios intereses va más allá de todo y de todos; arremete contra lo que tenga por delante sin importar las consecuencias. Asigna modelos de coerción, reorganiza la territorialidad, dibuja las fronteras legales e históricas del ciudadano, anuda los lugares de clasificación del discurso y las jerarquías de la representación, y en ocasiones, dando un peligroso paso más allá, restringe incluso las reglas corpóreas del individuo en su relaciones íntimas consigo mismo y con los otros.

Es así como la hegemonía y la subalternidad han tenido un giro complejo en nuestra actualidad, estallando desde zonas inesperadas, transformando a través de un delirante juego de poder el desarrollo de la propia historia. Sin embargo, a pesar de los grandes cambios, de los ejemplos mediatizados, de las campañas públicas, de los archivos develados y muy especialmente de la supuesta nueva participación de todos, hay una historia que continúa escribiéndose en los silencios de ninguna parte. Desde los sudores de ese cuerpo alterno, desdoblado y solitario, desde los pasos hundidos de un margen laborioso y subterráneo es desde donde se levantan las imágenes de la obra más reciente del artista Hugo Palmar, agrupada bajo el revelador título: Que tengas un cuerpo (Superpolítico y Apátrida).

Hugo Palmar es un joven artista venezolano oriundo de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo; un creador que ya completa una trayectoria sostenida en los ámbitos de la creación visual, tanto en Venezuela como en múltiples territorios foráneos. Las problemáticas del poder y su estructura, así como las consecuencias simbólicas, emocionales y sociales que estos movimientos inoculan en el individuo han sido un hilo fundamental de su labor; mecanismos de acción con los que completó dos muestras individuales: YO SOY en la Cevaz Gallery de Maracaibo (2006) y “m i c r o p o l í t i c a” en la INSIGHT Foundation for the Arts, Aruba (2010). Aproximadamente desde el año 2009 ha vivido en distintas ciudades de Latinoamérica, residenciándose actualmente en lo que él denomina como el Caribe Holandés.

Es justamente este punto de quiebre que desde su preocupación ideal se volvió con el exilio un desajuste entre territorios, la actividad particular que parece despuntar en la sonoridad visual de su producción más reciente, obras que apuntan hacia los extractos de una nueva mitología; espacios desangrados de realidad que se vinculan en las aliteraciones fantásticas de un mundo tan paralelo como real. Ya no es la queja del dolido organismo perteneciente sino la evanescencia del mapa desterrado que lucha por su permanencia en los oscuros bordes del deseo. En cada una de las piezas hay un tanteo fantasmagórico, una cláusula no dicha, un levantamiento del caos que también inunda las capas irracionales que anidan en las bases del espectador. Como en los inicios de ese fragmento del cuento Las ruinas circulares de Jorge Luis Borges con el que se apertura este texto, pareciera que frente al desarrollo de ese espacio otro, de esa intrahistoria movible que sigue escribiéndose en ninguna parte, se levanta en la obra de Palmar un entramado divisado desde los ángulos indescriptibles de imágenes que surgen desde el filo para anunciar su quiebre, figuras a través de la cual el sujeto subalterno parece que se reconstruye, anclado en el surco no convencional de las jerarquías históricas y propiciando desde las preguntas sobre sí mismo, la hendidura.

Nuestro mundo a contrapunto entre lo virtual y lo tangible es el canal por medio del cual se van hilando los fragmentos de esa pátina subordinada con las que el artista trabaja, fisuras formales y conceptuales que pueden apreciarse en el tejido social, político, sexual y emocional que mueve cada una de las historias y relaciones planteadas en el desarrollo total de su propuesta. Un conjunto iconográfico suspenso que traspasa el dócil tamiz de lo subyugado para desde las fracturas textuales del sentido y la construcción a partir de segmentos, desplegar relaciones profundas que nos confronta con un discurso a contracorriente: una historia en sí misma anti-histórica. Desde el otro lado del Caribe la obra de Palmar se está construyendo y deshojando a sí misma. Cierra y varía el ordenamiento de la mirada para trasladarse desde el dictamen tradicional de los rangos hegemónico/subalterno, hacia dimensiones donde anidan problemas fundamentales del ser: una entidad deshabitada que continúa resistiendo en las trochas no confiables de nuestras sociedades.

El espejearse entre un lado y el otro, es un contrapunto esbozado no sólo como la excusa para abordar reflexiones en torno al poder en la vida contemporánea, sino también la ventana silenciosa por donde se escapa una secuencia inacabada de lo humano, tiempo circular que podemos sondear en la ramificación estructural de los pequeños relatos visuales que va planteando el artista. A través del video, el collage, el dibujo, la instalación y la pintura, desarrolla una polifonía de lecturas y notas, de cotidianidad y de vivencias, un canon movible, disperso, destituido constantemente entre autor, personajes y voces; entre primeras personas, terceras, testigos y omniscientes; un sinfín dibujado y borrado por notas geográficas, mapas diluidos, susurros cromáticos, sombras poéticas, crímenes morfológicos o partituras afónicas que pasan del sueño a la vigilia, del paisaje político a la crónica en caída libre, de la realidad a la ficción.

En este pacto con el espectador la obra respira en los estallidos de la muerte y el origen, en la cárcel como piel del olvido y trampa del recuerdo. Todo parece desvanecerse en la confesión de lo nunca dicho, en ese lado no develado de lo propio; un tramo no anunciado que certifica la presencia de un yo (individual y colectivo) que siempre está de espaldas al mundo. En la obra reciente de Hugo Palmar hay un versículo polifónico, establecido desde lo indescifrable para desatar en lector la inquietud de una secuencia que aunque dispersa y soterrada es real, clara, directa, terrible: en el sueño de aquel que -desde el otro lado- soñaba, el soñado se despertó.

Lorena González Inneco